Por Andrés Velasco Blanco
Desde que el hombre empezó a dirigir su mirada hacia las estrellas se resistió a pensar que estaba sólo en el Universo. Ya en el 400 a. C. el filósofo griego Petrodoro de Quíos opinaba que no era natural que en el Universo infinito solamente existiese un mundo vivo, aunque la posición contraria de Aristóteles predominó en el mundo durante 2000 años. En el siglo XVII son importantes las voces que postulaban sobre la posible existencia de otros mundos habitados, entre las más destacadas estaban la de Johann Kepler, gran astrónomo que demostró las órbitas elípticas de los planetas, y la del filósofo y matemático francés René Descartes. Pero un planeta le ganó la partida a todos los demás en cuanto a la creencia en vida extraterrestre. Ese planeta es Marte, el planeta rojo, y sus habitantes los marcianos.
El fenómeno de los marcianos comenzó a finales del siglo pasado cuando en 1877 el planeta se acercó a la Tierra a unos 65 millones de kilómetros (debido a su trayectoria marcadamente elíptica), y gran cantidad de astrónomos no desperdiciaron tal oportunidad para estudiar su superficie. Fue en esa aproximación cuando se descubrieron los satélites Fobos y Deimos y cuando un astrónomo italiano, director del observatorio de Brera de Milán, sembró de forma involuntaria (y esto hay que recalcarlo) las semillas de todo un fenómeno cultural que ha alcanzado nuestros días. Su nombre era Giovanni Virgilio Schiaparelli. En su observación de la superficie del planeta descubrió un entramado de canales rectilíneos de miles de kilómetros que enlazaban otras partes más oscuras de la superficie del planeta. Esto por sí sólo no dice gran cosa, el problema fue que para designarlos usó la palabra canali, que en italiano quiere decir canales pero que no diferencia entre si su origen es natural o artificial, sin añadir ninguna aclaración al respecto. Sin embargo, en la traducción al inglés de sus artículos se escogió la palabra canals (acequias, que indica artificialidad), en vez de channels (cauces, que indica un origen natural). Por culpa de esta confusión se pensó que si había canales artificiales entonces tenían que haber sido construidos por alguien. Así comenzó la creencia en la vida inteligente en Marte basándose en estudios astronómicos. Ya no se trataba de una fantasía, sino de una posibilidad científica.
Casi de más importancia que Schiaparelli en la teoría de vida en Marte es el astrónomo norteamericano, nacido en Boston y educado en la Universidad de Harvard, Percival Lowell. Defensor de la teoría de la existencia de vida en Marte, estaba decidido a conseguir las mejores observaciones posibles de su superficie y de sus canales. El mejor sitio para tal propósito era la atmósfera despejada del desierto y por tanto construyó y equipó un observatorio en Flagstaff (Arizona). Las observaciones duraron del 24 de mayo de 1894 al 3 de abril de 1895 y como resultado de dichas observaciones escribió su libro MARS, que saldría a la luz en Noviembre de 1985, gran parte del cual estaba dedicado a los canales. Realizó su trabajo a conciencia como lo demuestran los 917 dibujos y bocetos que realizó, entre los que destacan los detallados mapas de los canales uniendo entre sí unas zonas redondeadas y más oscuras a las que denominó oasis.
Gran defensor del origen artificial de los canales, desarrolló toda una fascinante teoría para explicar su origen. Marte estaba habitado por seres inteligentes pero se encontraba en vías de desertización. Para poder sobrevivir los marcianos se veían obligados a construir gigantescos canales para transportar el agua desde las capas de hielo de Marte hasta las zonas agrícolas (manchas oscuras) de las regiones más cálidas, y hasta las ciudades (oasis). Su teoría gozó de pocos partidarios entre el mundo científico, sin embargo no es de extrañar que tan asombrosa teoría alcanzase una enorme popularidad, provocando gran fascinación del público por Marte.
Sería injusto recordar sólo a Percival Lowell por sus teorías sobre la vida en Marte. Entre sus más destacados logros está el haber predicho la existencia de un planeta transneptuniano, Plutón, descubierto quince años después de su muerte por el observatorio que él mismo fundó.
Como consecuencia de esa popularidad de la teoría de Lowell, e inspirándose en ella, Herbert George Wells escribiría en 1897 LA GUERRA DE LOS MUNDOS, su obra más famosa. H. G. Wells criticaba la hipocresía de la Inglaterra victoriana, así como los aspectos más crueles del colonialismo (aunque aceptase sus ventajas culturales), Y LA GUERRA DE LOS MUNDOS es una crítica simbólica de tales aspectos. Aunque el argumento de la novela es la historia de los marcianos, que abandonan su moribundo planeta para embarcarse en una cruel invasión de la Tierra, en el fondo se trata de una crítica de la vanidad del hombre que nunca antes de finales del siglo XIX había pensado que si existía vida inteligente fuera de la Tierra, ésta pudiese ser muy superior al hombre. Los marcianos, aquellos trípodes monstruosos más altos que varias casas son tratados por Wells de forma distinta a lo largo de la novela. A pesar de ser los protagonistas de una terrible y cruel invasión, al final del libro se llega a justificar su acción por motivos ecológicos y de supervivencia. Wells no efectúa ninguna condena moral a su comportamiento y casi llega a sentir piedad de ellos. La influencia DE LA GUERRA DE LOS MUNDOS en las posteriores novelas de ciencia ficción, e incluso en la cultura popular, es tremenda. Así, el programa de radio más famoso de la Historia es la modernización y adaptación radiofónica de dicha novela, adaptación realizada por Orson Welles. El programa se emitió por la CBS en octubre de 1938 usando un estilo de docudrama como si fuese una emisión ordinaria interrumpida por boletines de noticias informando sobre el estado de la invasión y la destrucción producida por el paso de los marcianos. Tal dramatismo y verosimilitud sumió en el pánico a miles de personas de toda la costa este de Estados Unidos.
A partir de entonces son innumerables las obras de ciencia-ficción que tratan de los marcianos. Entre las más famosas de aquella época están las pertenecientes a la serie de BARSOOM con la que comenzó su carrera literaria Edgar Rice Burroughs en 1912. Barsoom es el nombre con el que se denominaba a Marte, que estaba poblado por princesas, hombres de todos los colores y bestias de seis patas. Curiosamente Burroughs no pobló Marte con grandes manadas de animales herbívoros de los que se alimentasen los banths, enormes depredadores. Algo posterior es el relato UNA ODISEA MARCIANA de Stanley G. Weinbaum, publicado por primera vez en 1934. Dicho relato está considerado entre los mejores retratos de una mente alienígena y nada más publicarse ya era considerado un clásico.
Con el paso de los años se estaba quedando atrás la imagen de los marcianos como terribles invasores, que hasta entonces había sido uno de los mayores tópicos en las revistas del género, dejando paso a una visión más optimista. Así lo vio Robert A. Heinlein en su novela ESTRELLA DOBLE, ganadora del premio Hugo en 1954. En ella, los marcianos conviven con los humanos en el sistema solar bajo un mismo sistema de gobierno. Lo interesante de esta novela es que los marcianos no sólo tienen voz y voto, sino que son fundamentales en la campaña electoral que se desarrolla durante la novela.
Ray Bradbury escribiría entre 1946 y 1950 sus CRONICAS MARCIANAS. Se trata de una serie de relatos, que posteriormente reuniría bajo el título antes indicado, en los que le da la vuelta al tema recurrente hasta entonces, la invasión marciana. Ahora los invasores son los hombres. Al final de la novela se llega a sentir piedad por los marcianos, y la colonización de Marte por los hombres tiene una sabor agridulce, sin ninguna exaltación de la victoria. CRONICAS MARCIANAS fue llevada a la televisión en forma de serie a finales de los setenta, protagonizándola el malogrado Rock Hudson.
El género de la ciencia-ficción estaba alcanzando su madurez como lo demuestra el hecho de que ya empezaban a aparecer novelas autoparodiando el género. Quizás, la más destacada sea MARCIANO, VETE A CASA, escrita en 1955 por Fredric Brown, en la que narra en tono de parodia una invasión marciana. Los marcianos son, como no podía ser de otra forma, pequeños hombrecitos verdes que leen todos los pensamientos de los humanos y, lo que es peor, cuentan a la persona menos indicada los secretos más comprometidos, todo ello mientras aparecen y desaparecen a voluntad como si se tratase de fantasmas, anulando así la intimidad de las personas. No es difícil suponer que todo esto da lugar a multitud de situaciones cómicas. Otra parodia al tema de la invasión marciana la realizó más recientemente en la década de los noventa Tim Burton en su película MARS ATTACKS. Si la parodia de Brown se basaba en presentar unos marcianos tremendamente entrometidos, cotillas y chivatos, en MARS ATTACKS se basa en que los marcianos vuelven a ser exageradamente crueles y sanguinarios, hasta el punto de resultar gracioso escuchar su malévola risa después de haber matado a centenares de humanos a sangre fría.
Por otra parte, los descubrimientos científicos estaban empeñados en llevarle la contraria a los escritores de ciencia-ficción y, con el tiempo, esas fantasías de civilizaciones marcianas se fueron apagando. Aunque los científicos estaban mayoritariamente en contra de las teorías de Lowell, al menos su interés en si había vida en Marte no disminuyó, pues era el planeta del Sistema Solar con más posibilidades de albergar vida (aunque fuese microscópica) aparte de la Tierra. Esto favoreció la realización de una serie de misiones al planeta rojo. En 1965 el Mariner IV pasó junto a Marte y nos mostró un planeta desierto, lleno de cráteres y sin vestigio alguno de la existencia de canales, con un paisaje tan inhóspito que no parecía probable la existencia de vida de ninguna clase. Los famosos canales no eran más que una ilusión óptica, debido a que Marte se encuentra cubierto por manchas oscuras que cambian de mes en mes dependiendo de la estación marciana, y cuando se mira a través de la atmósfera terrestre el ojo asocia esas manchas con líneas rectas, más aún con los telescopios de aquella época. Sin embargo, posteriores misiones revelaron la existencia de profundos cañones aparentemente excavados en el agua.
Los canales de Schiaparelli eran entonces una combinación del efecto óptico y auténticos canales. El origen de dichos canales (no las acequias de Lowell), resultan difíciles de explicar con las condiciones climáticas actuales del planeta. Se ha especulado con la posibilidad de que en Marte hubiese habido agua en épocas remotas (las dataciones indican una edad para los canales entre 3700 y 500 millones de años). Sin embargo, la cantidad de agua necesaria para excavar los mayores canales se ha estimado como unas 10000 veces superior al caudal del río Amazonas. Una explicación para semejante caudal de agua puede ser la repentina fusión de grandes cantidades de hielo aprisionado en el suelo a causa del calentamiento subterráneo debido a fenómenos volcánicos o al impacto de grandes meteoritos.
El interés científico por Marte y por si había vida en él no disminuyó y en 1976 se enviaron dos módulos Viking a Marte para explorar su superficie. El objetivo era realizar experimentos para detectar reacciones químicas debidas a la vida y, aunque los resultados no fueron muy determinantes, se llegó al consenso de que no había ninguna prueba de vida en los dos lugares de aterrizaje.
Pero los últimos vestigios de aquel mito, aquella fantasía de una civilización marciana, todavía se aprecian en la cultura popular. Son demasiadas las novelas, cuentos, revistas, cómics, películas o series de televisión las que han abordado el tema como para no haber dejado una huella visible en la iconografía del siglo XX. Hasta no hace mucho tiempo, e incluso hoy en día, era habitual confundir los términos marciano y extraterrestre. Los aficionados a la ciencia-ficción estamos ya acostumbrados a que se etiquete éste género como novelas de marcianos, y estamos ya encallecidos de tanto escuchar esa típica pregunta burlesca ¿qué lees?, ¿una de marcianos?. Hasta los primeros videojuegos hicieron uso del mito y surgieron así los ya clásicos matamarcianos.
Ahora, a principios del siglo XXI, quizás sienta cierta envidia de aquel astrónomo de finales del siglo XIX que, a través de su telescopio, veía asombrado lo que para él eran signos ineludibles de vida extraterrestre. Envidio la alegría, el asombro, e incluso el miedo con el que se acostaba todos los días mientras pensaba cómo serían aquellos seres que estaban a unos pocos millones de kilómetros.
-Fuente: http://www.ciencia-ficcion.com